El Ministerio de Curación 5B Principios de Salud B La Carne Considerada Como Alimento "En el principio no era así." El régimen señalado al hombre al principio no incluía ningún alimento de origen animal. Hasta después del diluvio, cuando toda vegetación desapareció de la tierra, fue que el hombre recibió permiso para comer carne. Al señalar el alimento para el hombre en el Edén, el Señor demostró cuál era el mejor régimen alimenticio; en la elección que hizo para Israel enseñó la misma lección. Sacó a los israelitas de Egipto, y emprendió la tarea de educarlos para que fueran su pueblo. Por medio de ellos deseaba bendecir y enseñar al mundo. Les suministró el alimento más adecuado para este propósito, no la carne, sino el maná, "el pan del cielo." Pero a causa de su descontento y de sus murmuraciones acerca de las ollas de carne de Egipto, les fue concedido alimento animal, y ésto únicamente por poco tiempo. Su consumo trajo enfermedades y muerte para miles. Sin embargo, nunca aceptaron de buen grado la restricción de tener que alimentarse sin carne. Siguió siendo causa de descontento y murmuración, en público y en privado, de modo que nunca revistió carácter permanente. Al establecerse en Canaán, se permitió a los israelitas que consumieran alimento animal, pero bajo prudentes restricciones encaminadas a mitigar los malos resultados. El uso de la carne de cerdo quedaba prohibido, como también el de otros animales, de ciertas aves y de ciertos peces, declarados inmundos. De los animales declarados comestibles, la grasa y la sangre quedaban absolutamente proscritas. Sólo podían consumirse las reses sanas. Ningún animal desgarrado, mortecino, o que no hubiera sido cuidadosamente desangrado, podía servir de alimento. Por haberse apartado del plan señalado por Dios en asunto de alimentación, los israelitas sufrieron graves perjuicios. Desearon comer carne y cosecharon los resultados. No alcanzaron el ideal de carácter que Dios les señalara ni cumplieron los designios divinos. El Señor "les dio lo que pidieron; mas envió flaqueza en sus almas." (Salmo 106:15.) Preferían lo terrenal a lo espiritual, y no alcanzaron la sagrada preeminencia a la cual Dios se había propuesto que llegasen. Razones por Descartar Alimentos a Base de Carne Los que comen carne no hacen más que comer cereales y verduras de segunda mano, pues el animal recibe de tales productos el alimento que lo nutre. La vida que estaba en los cereales y en las verduras pasa al organismo del ser que los come. Nosotros a nuestra vez la recibimos al comer la carne del animal. ¡Cuánto mejor sería aprovecharla directamente, comiendo el alimento que Dios dispuso para nuestro uso! La carne no fue nunca el mejor alimento; pero su uso es hoy día doblemente inconveniente, ya que el número de los casos de enfermedad aumenta cada vez más entre los animales. Los que comen carne y sus derivados no saben lo que ingieren. Muchas veces si hubieran visto los animales vivos y conocieran la calidad de su carne, la rechazarían con repugnancia. Continuamente sucede que la gente come carne llena de gérmenes de tuberculosis y cáncer. Así se propagan estas enfermedades y otras también graves. En los tejidos del cerdo hormiguean los parásitos. Del cerdo dijo Dios: "Os será inmundo. De la carne de éstos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos."(Deuteronomio 14: 8.) Este mandato fue dado porque la carne del cerdo es impropia para servir de alimento. Los cerdos se alimentan de desperdicios, y sólo sirven para este fin. Nunca, en circunstancia alguna, debería ser consumida su carne por los seres humanos. Imposible es que la carne de cualquier criatura sea sana cuando la inmundicia es su elemento natural y se alimenta de desechos. A menudo se llevan al mercado y se venden para servir de alimento animales que están ya tan enfermos que sus dueños temen guardarlos más tiempo. Algunos de los procedimientos seguidos para cebarlos ocasionan enfermedades. Encerrados sin luz y sin aire puro, respiran el ambiente de establos sucios, se engordan tal vez con cosas averiadas y su cuerpo entero resulta contaminado de inmundicias. Muchas veces los animales son transportados a largas distancias y sometidos a grandes penalidades antes de llegar al mercado. Arrebatados de sus campos verdes, y salvando con trabajo muchos kilómetros de camino, sofocados por el calor y el polvo o amontonados en vagones sucios, calenturientos y exhaustos, muchas veces faltos de alimento y de agua durante horas enteras, los pobres animales van arrastrados a la muerte para que con sus cadáveres se deleiten seres humanos. En muchos puntos los peces se contaminan con las inmundicias de que se alimentan y llegan a ser causa de enfermedades. Tal es en especial el caso de los peces que tienen acceso a las aguas de albañal de las grandes ciudades. Los peces que se alimentan de lo que arrojan las alcantarillas pueden trasladarse a aguas distantes, y ser pescados donde el agua es pura y fresca. Al servir de alimento llevan la enfermedad y la muerte a quienes ni siquiera sospechan el peligro. Los efectos de una alimentación con carne no se advierten tal vez inmediatamente; pero ésto no prueba que esa alimentación carezca de peligro. Pocos se dejan convencer de que la carne que han comido es lo que envenenó su sangre y causó sus dolencias. Muchos mueren de enfermedades debidas únicamente al uso de la carne, sin que nadie sospeche la verdadera causa de su muerte. Los males morales derivados del consumo de la carne no son menos patentes que los males físicos. Alimentos a base de carne son perjudiciales para la salud; y todo lo que afecta al cuerpo también ejerce sobre la mente y el alma un efecto correspondiente. Pensemos en la crueldad hacia los animales que entraña la alimentación con carne, y en su efecto en quienes los matan y en los que son testigos del trato que reciben. ¡Cuánto contribuye a destruir la ternura con que deberíamos considerar a estos seres creados por Dios! La inteligencia desplegada por muchos animales se aproxima tanto a la de los humanos que es un misterio. Los animales ven y oyen, aman, temen y padecen. Emplean sus órganos con harta más fidelidad que muchos hombres. Manifiestan simpatía y ternura para con sus compañeros que padecen. Muchos animales demuestran tener por quienes los cuidan un cariño muy superior al que manifiestan no pocos humanos. Experimentan un apego tal para el hombre, que no desaparece sin gran dolor para ellos. ¿Qué hombre de corazón puede, después de haber cuidado animales domésticos, mirar en sus ojos llenos de confianza y afecto, luego entregarlos con gusto a la cuchilla del carnicero? ¿Cómo podrá devorar su carne como si fuese exquisito bocado? Cambiando la Dieta Es un error suponer que la fuerza muscular dependa de consumir alimento animal, pues sin él las necesidades del organismo pueden satisfacerse mejor y es posible gozar de salud más robusta. Los cereales, las frutas, las oleaginosas y las verduras, contienen todas las propiedades nutritivas para producir buena sangre. Estos elementos no son provistos tan bien ni de un modo tan completo por la dieta de carne. Si la carne hubiera sido de uso indispensable para dar salud y fuerza, se la habría incluido en la alimentación indicada al hombre desde el principio. A menudo, al dejar de consumir carne, se experimenta una sensación de debilidad y falta de vigor. Muchos insisten en que ésto prueba que la carne es esencial; pero se la echa de menos porque es un alimento estimulante que enardece la sangre y excita los nervios. A algunos les es tan difícil dejar de comer carne como a los borrachos renunciar al trago; y sin embargo se beneficiarían con el cambio. Cuando se deja la carne hay que substituirla con una variedad de cereales, nueces, legumbres, verduras y frutas, que sea nutritiva y agradable al paladar. Ésto es particularmente necesario al tratarse de personas débiles o que estén recargadas de continuo trabajo. En algunos países donde reina la escasez, la carne es la comida más barata. En tales circunstancias, el cambio de alimentación será más difícil, pero puede realizarse. Sin embargo, debemos tener en cuenta la condición de la gente y la fuerza de las costumbres establecidas, y también guardarnos de imponer indebidamente las ideas nuevas, por buenas que sean. No hay que instar a nadie a que efectúe este cambio bruscamente. La carne debe reemplazarse con alimentos sanos y baratos. En este asunto mucho depende de quien cocine. Con cuidado y habilidad, pueden prepararse manjares nutritivos y apetitosos con qué substituir en buena parte la carne. En todos los casos, edúquese la conciencia, apélese a la voluntad, suminístrese alimento bueno y sano, y el cambio se efectuará de buena gana, y en breve cesará la demanda de carne. ¿No es tiempo ya de que todos prescindan de consumir carne? ¿Cómo pueden seguir haciendo uso de un alimento cuyo efecto es tan pernicioso para el alma y el cuerpo los que se esfuerzan por llevar una vida pura, refinada y santa, para gozar de la compañía de los ángeles celestiales? ¿Cómo pueden quitar la vida a seres creados por Dios y consumir su carne con deleite? Vuelvan más bien al alimento sano y delicioso que fue dado al hombre en el principio, y tengan ellos mismos y enseñen a sus hijos a tener misericordia de los seres irracionales que Dios creó y puso bajo nuestro dominio. Los Extremos en la Alimentación "Vuestra moderación sea conocida de todos los hombres." No todos los que aseveran creer en la reforma alimenticia son realmente reformadores. Para muchos la reforma consiste meramente en descartar ciertos manjares malsanos. No entienden bien los principios fundamentales de la salud, y sus mesas, aun cargadas de golosinas nocivas, distan mucho de ser ejemplos de templanza y moderación cristianas. Otra categoría de personas, en su deseo de dar buen ejemplo, cae en el extremo opuesto. Algunos no pueden proporcionarse los manjares más apetecibles, y en vez de hacer uso de las cosas que mejor podrían suplir la falta de aquéllos, se imponen una alimentación deficiente. Lo que comen no les suministra los elementos necesarios para obtener buena sangre. Su salud se resiente, su utilidad se menoscaba, y con su ejemplo desprestigian la reforma alimenticia, en vez de favorecerla. Otros piensan que por el hecho de que la salud exige una alimentación sencilla, no es necesario preocuparse por la elección o preparación de los alimentos. Algunos se sujetan a un régimen alimenticio escaso, que no ofrece una variedad suficiente para suplir lo que necesita el organismo, y sufren las consecuencias. Los que sólo tienen un conocimiento incompleto de los principios de la reforma son muchas veces los más intransigentes, no sólo al practicar sus opiniones, sino que insisten en imponerlas a sus familias y vecinos. El efecto de sus mal entendidas reformas, tal como se lo nota en su propia mala salud, y los esfuerzos que hacen para obligar a los demás a aceptar sus puntos de vista, dan a muchos una idea falsa de lo que es la reforma alimenticia, y los inducen a desecharla por completo. Los que entienden debidamente las leyes de la salud y que se dejan dirigir por los buenos principios, evitan los extremos, y no incurren en la licencia ni en la restricción. Escogen su alimento no meramente para agradar al paladar, sino para reconstituir el cuerpo. Procuran conservar todas sus facultades en la mejor condición posible para prestar el mayor servicio a Dios y a los hombres. Saben someter su apetito a la razón y a la conciencia, y son recompensados con la salud del cuerpo y de la mente. Aunque no imponen sus opiniones a los demás ni los ofenden, su ejemplo es un testimonio en favor de los principios correctos. Estas personas ejercen una extensa influencia para el bien. En la reforma alimenticia hay verdadero sentido común. El asunto debe ser estudiado con amplitud y profundidad, y nadie debe criticar a los demás porque sus prácticas no armonicen del todo con las propias. Es imposible prescribir una regla invariable para regular los hábitos de cada cual, y nadie debe erigirse en juez de los demás. No todos pueden comer lo mismo. Ciertos alimentos que son apetitosos y saludables para una persona, bien pueden ser desabridos, y aun nocivos, para otra. Algunos no pueden tomar leche, mientras que a otros les asienta bien. Algunos no pueden digerir guisantes ni judías; otros los encuentran saludables. Para algunos las preparaciones de cereales poco refinados son un buen alimento, mientras que otros no las pueden comer. Los que viven en regiones pobres o poco desarrolladas, donde escasean las frutas y las oleaginosas, no deben sentirse obligados a eliminar de su régimen dietético la leche y los huevos. Verdad es que las personas algo corpulentas y las agitadas por pasiones fuertes deben evitar el uso de alimentos estimulantes. Especialmente en las familias cuyos hijos son dados a hábitos sensuales deben proscribirse los huevos. Por lo contrario, no deben suprimir completamente la leche ni los huevos las personas cuyos órganos productores de sangre son débiles, particularmente si no pueden conseguir otros alimentos que suplan los elementos necesarios. Deben tener mucho cuidado, sin embargo, de obtener la leche de vacas sanas y los huevos de aves igualmente sanas, ésto es, bien alimentadas y cuidadas. Los huevos deben cocerse en la forma que los haga más digeribles. La reforma alimenticia debe ser progresiva. A medida que van aumentando las enfermedades en los animales, el uso de la leche y los huevos se vuelve más peligroso. Conviene tratar de substituirlos con comestibles saludables y baratos. Hay que enseñar a la gente por doquiera a cocinar sin leche ni huevos en cuanto sea posible, sin que por ésto dejen de ser sus comidas sanas y sabrosas. La costumbre de comer sólo dos veces al día es reconocida generalmente como beneficiosa para la salud. Sin embargo, en algunas circunstancias habrá personas que requieran una tercera comida, que debe ser ligera y de muy fácil digestión. Unas galletas o pan tostado al horno con fruta o café de cereales, son lo más conveniente para la cena. Hay algunos que siempre recelan de que la comida por muy sencilla y sana que sea, les haga daño. Permítaseme decirles: No penséis que la comida os va a hacer daño; no penséis siquiera en la comida. Comed conforme os lo dicte vuestro sano juicio; y cuando hayáis pedido al Señor que bendiga la comida para fortalecimiento de vuestro cuerpo, creed que os oye, y tranquilizaos. Puesto que los principios de la salud exigen que desechemos cuanto irrita el estómago y altera la salud, debemos recordar que un régimen poco nutritivo empobrece la sangre. Ésto provoca casos de enfermedad de los más difíciles de curar. El organismo no está suficientemente nutrido, y de ello resulta dispepsia y debilidad general. Los que se someten a semejante régimen no lo hacen siempre obligados por la pobreza; sino mas bien por ignorancia o descuido, o por el afán de llevar adelante sus ideas erróneas acerca de la reforma pro salud. No se honra a Dios cuando se descuida el cuerpo, o se lo maltrata, y así se lo incapacita para servirle. Cuidar del cuerpo proveyéndose alimento apetitoso y fortificante es uno de los principales deberes del ama de casa. Es mucho mejor tener ropas y muebles menos costosos que escatimar la provisión de alimento. Algunas madres de familia escatiman la comida en la mesa para poder obsequiar opíparamente a sus visitas. Ésto es desacertado. Al agasajar huéspedes se debiera proceder con más sencillez. Atiéndase primero a las necesidades de la familia. Una economía doméstica imprudente y las costumbres artificiales hacen muchas veces imposible que se ejerza la hospitalidad donde sería necesaria y beneficiosa. La provisión regular de alimento para nuestra mesa debe ser tal que se pueda convidar al huésped inesperado sin recargar a la señora de la casa con preparativos extraordinarios. Todos deben saber lo que conviene comer, y cómo aderezarlo. Los hombres, tanto como las mujeres, necesitan saber preparar comidas sencillas y sanas. Sus negocios los llaman a menudo a puntos donde no encuentran alimento sano; entonces, si tienen algún conocimiento de la ciencia culinaria, pueden aprovecharlo. Fijaos con cuidado en vuestra alimentación. Estudiad las causas y sus efectos. Cultivad el dominio propio. Someted vuestros apetitos a la razón. No maltratéis vuestro estómago recargándolo de alimento; pero no os privéis tampoco de la comida sana y sabrosa que necesitáis para conservar la salud. La estrechez de miras de algunos que se llaman reformadores ha perjudicado mucho la causa de la higiene. Deben tener presente los higienistas que en gran medida la reforma alimenticia será juzgada por lo que ellos provean para sus mesas; y en vez de adoptar un proceder que desacredite la reforma, deben enseñar sus principios con el ejemplo, de modo que los recomienden así a las mentes sinceras. Una clase de personas, que abarca a muchos, se opondrá siempre a toda reforma, por muy racional que sea, si requiere que refrenen sus apetitos. Siempre consultan su paladar en vez de su juicio o las leyes de la higiene. Invariablemente, estas personas tacharán de extremistas a cuantos quieran dejar los caminos trillados de las costumbres y abogar por la reforma, por muy consecuente que sea su proceder. A fin de no dar a esas personas motivos legítimos de crítica, los higienistas no procurarán distinguirse tanto como puedan de los demás, sino que se les acercarán en todo lo posible sin sacrificar los buenos principios. Cuando los que abogan por la reforma en armonía con la higiene caen en exageraciones, no es de admirar que muchos que los consideran como verdaderos representantes de los principios de la salud rechacen por completo la reforma. Estas exageraciones suelen hacer más daño en poco tiempo que el que pudiera subsanarse en toda una vida consecuente. La reforma higiénica está basada en principios amplios y de mucho alcance, y no debemos empequeñecerla con miras y prácticas estrechas. Pero nadie debe permitir que el temor a la oposición o al ridículo, el deseo de agradar a otros o influir en ellos, le aparte de los principios verdaderos ni le induzca a considerarlos livianamente. Los que se dejan gobernar por los buenos principios defenderán firme y resueltamente lo que sea correcto; pero en todas sus relaciones sociales darán pruebas de generosidad, de espíritu cristiano y de verdadera moderación. "No toques, no pruebes, no manosees." Bajo el título de estimulantes y narcóticos se clasifica una gran variedad de substancias que, aunque empleadas como alimento y bebida, irritan el estómago, envenenan la sangre y excitan los nervios. Su consumo es un mal positivo. Los hombres buscan la excitación de estimulantes, porque, por algunos momentos, producen sensaciones agradables. Pero siempre sobreviene la reacción. El uso de estimulantes antinaturales lleva siempre al exceso, y es un agente activo para provocar la degeneración y el decaimiento físico. Los Condimentos En esta época de apresuramiento, cuanto menos excitante sea el alimento, mejor. Los condimentos son perjudiciales de por sí. La mostaza, la pimienta, las especias, los encurtidos y otras cosas por el estilo, irritan el estómago y enardecen y contaminan la sangre. La inflamación del estómago del borracho se representa muchas veces gráficamente para ilustrar el efecto de las bebidas alcohólicas. El consumo de condimentos irritantes produce una inflamación parecida. El organismo siente una necesidad insaciable de algo más estimulante. El Té y el Café El té estimula y hasta cierto punto embriaga. Parecida resulta también la acción del café y de muchas otras bebidas populares. El primer efecto es agradable. Se excitan los nervios del estómago, y esta excitación se transmite al cerebro, que, a su vez acelera la actividad del corazón, y da al organismo entero cierta energía pasajera. No se hace caso del cansancio; la fuerza parece haber aumentado. La inteligencia se despierta y la imaginación se aviva. En consecuencia, muchos se figuran que el té o el café les hace mucho bien. Pero es un error. El té y el café no nutren el organismo. Su efecto se produce antes de la digestión y la asimilación, y lo que parece ser fuerza, no es más que excitación nerviosa. Pasada la acción del estimulante, la fuerza artificial declina y deja en su lugar un estado correspondiente de languidez y debilidad. El consumo continuo de estos excitantes de los nervios provoca dolor de cabeza, insomnio, palpitaciones del corazón, indigestión, temblores y otros muchos males; porque esos excitantes consumen las fuerzas vitales. Los nervios cansados necesitan reposo y tranquilidad en vez de estímulo y recargo de trabajo. La naturaleza necesita tiempo para recuperar las agotadas energías. Cuando sus fuerzas son aguijoneadas por el uso de estimulantes uno puede realizar mayor tarea; pero cuando el organismo queda debilitado por aquel uso constante, se hace más difícil despertar las energías hasta el punto deseado. Es cada vez más difícil dominar la demanda de estimulantes hasta que la voluntad queda vencida y parece que no hay poder para negarse a satisfacer un deseo tan ardiente y antinatural, que pide estimulantes cada vez más fuertes, hasta que la naturaleza, exhausta, no puede responder a su acción. El Hábito del Tabaco El tabaco es un veneno lento, insidioso, pero de los más nocivos. En cualquier forma en que se haga uso de él, mina la constitución; es tanto más peligroso cuanto sus efectos son lentos y apenas perceptibles al principio. Excita y después paraliza los nervios. Debilita y anubla el cerebro. A menudo afecta los nervios más poderosamente que las bebidas alcohólicas. Es un veneno más sutil, y es difícil eliminar sus efectos del organismo. Su uso despierta sed de bebidas fuertes, y en muchos casos echa los cimientos del hábito de beber alcohol. El uso del tabaco es perjudicial, costoso y sucio; contamina al que lo usa y molesta a los demás. Sus adictos se encuentran en todas partes. Es difícil pasar por entre una muchedumbre sin que algún fumador le eche a uno a la cara su aliento envenenado. Es desagradable y malsano permanecer en un coche de ferrocarril o en una sala donde la atmósfera esté cargada con vapores de alcohol y de tabaco. Aunque haya quienes persistan en usar estos venenos ellos mismos, ¿qué derecho tienen para viciar el aire que otros deben respirar? Entre los niños y jóvenes el uso del tabaco hace un daño incalculable. Las prácticas malsanas de las generaciones pasadas afectan a los niños y jóvenes de hoy. La incapacidad mental, la debilidad física, las perturbaciones nerviosas y los deseos antinaturales se transmiten como un legado de padres a hijos. Y las mismas prácticas, seguidas por los hijos, aumentan y perpetúan los malos resultados. A esta causa se debe en gran parte la deterioración física, mental y moral que produce tanta alarma. Los muchachos empiezan a hacer uso del tabaco en edad muy temprana. El hábito que adquieren cuando el cuerpo y la mente son particularmente susceptibles a sus efectos, socava la fuerza física, impide el crecimiento del cuerpo, embota la inteligencia y corrompe la moralidad. Pero, ¿qué puede hacerse para enseñar a niños y jóvenes los males de una práctica de la cual les dan ejemplo los padres, maestros y pastores? Pueden verse niños, apenas salidos de la infancia, con el cigarrillo en la boca. Si alguien les dice algo al respecto contestan: "Mi padre fuma." Señalan con el dedo al pastor o al director de la escuela dominical y dicen: "Este caballero fuma, ¿qué daño me hará a mí hacer lo que él hace?" Muchas personas empeñadas en la causa de la temperancia son adictas al uso de tabaco. ¿Qué influencia pueden ejercer para detener el avance de la intemperancia? Pregunto a los que profesan creer y obedecer la Palabra de Dios: ¿Podéis, como cristianos, practicar un hábito que paraliza vuestra inteligencia y os impide considerar debidamente las realidades eternas? ¿Podéis consentir en robar cada día a Dios parte del servicio que se le debe, y negar a vuestros semejantes la ayuda que debierais prestarles y el poder de vuestro ejemplo? ¿Habéis considerado vuestra responsabilidad como mayordomos de Dios respecto a los recursos que están en vuestras manos? ¿Cuánto dinero del Señor gastáis en tabaco? Recapacitad en lo que habéis gastado así en toda vuestra vida. ¿Cómo se compara el importe de lo gastado en este vicio con lo que habéis dado para aliviar a los pobres y difundir el Evangelio? Ningún ser humano necesita tabaco; en cambio hay muchedumbres que mueren por falta de los recursos que gastados en tabaco resultan más que derrochados. ¿No habéis malgastado los bienes del Señor? ¿No os habéis hecho reos de hurto para con Dios y para con vuestros semejantes? ¿No sabéis que "no sois vuestros? Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." (1 Corintios 6:19-20.) "El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare, no será sabio. ¿Para quién será el ay? ¿para quién el ay? ¿para quién las rencillas? ¿para quién las quejas? ¿para quién las heridas en balde? "¿Para quién lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura. No mires al vino cuando rojea,cuando resplandece su color en el vaso: éntrase suavemente; mas al fin como serpiente morderá, y como basilisco dará dolor." (Proverbios 20:1; 23:29-32.) Las Bebidas Fermentadas "El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare, no será sabio." "¿Para quién será el ay? ¿Para quién el ay? ¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura. No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en el vaso; éntrase suavemente; Mas al fin como serpiente morderá, y como basilisco dará dolor:" (Proverbios 20: 1; 23: 29-32.) Nunca fue trazado por mano humana un cuadro más vívido de la degradación y esclavitud de la víctima de la bebida intoxicante. Cautivada, degradada, aun cuando despierta en reconocimiento de su miseria, no tiene poder para romper el lazo; "aun volverá al mal." (Vers. 35.) No se necesita argumento para mostrar los perniciosos efectos de los intoxicantes sobre el ebrio. El embriagado y anublado náufrago—alma por la cual Cristo murió, y sobre la cual los ángeles lloran—se ve por doquier. Ellos son una mancha en nuestra aparente sabia civilización. Son la pena y maldición y peligro de todo país. Y ¿quién puede imaginarse la miseria, la agonía, la desesperación, que existe en el hogar del ebrio? Piénsese en la esposa, a menudo creada en un buen hogar, sensible, culta, y refinada, atada a uno a quien la bebida transforma en beodo o demonio. Pensad en los hijos, dejados sin la confortabilidad de un hogar, de educación y adiestramiento, viviendo en terror de aquel que debiera ser su orgullo y protección; niños volcados al mundo, llevando la marca de vergüenza, a menudo con la heredada maldición que el ebrio les dejó. Pensad en las espantosas desgracias que suceden cada día a consecuencia de la bebida. En un tren, algún empleado pasa por alto una señal, o interpreta erróneamente una orden. El tren sigue adelante; ocurre un choque, y se pierden muchas vidas. O un vapor encalla, y tanto los pasajeros como los tripulantes hallan su tumba en el agua. Procédese a una investigación y se comprueba que alguien que desempeñaba un puesto importante estaba entonces bajo la influencia de la bebida. ¿Hasta qué punto puede uno entregarse al hábito de beber y llevar la responsabilidad de vidas humanas? Estas pueden confiarse tan sólo a quien es verdaderamente abstemio. Los Intoxicantes Más Leves Los que han heredado la sed de estimulantes antinaturales no deberían tener de ningún modo vino, cerveza o sidra a la vista o a su alcance, porque ésto los expone continuamente a la tentación. Considerando inofensiva la sidra dulce, muchos no vacilan en comprar una buena provisión de ella. Pero la sidra permanece dulce muy poco tiempo; pronto empieza a fermentar. El gusto picante que entonces adquiere la hace tanto más aceptable a muchos paladares, y el que la bebe se resiste a creer que ha fermentado. Aun el consumo de sidra dulce tal como se la produce comúnmente es peligroso para la salud. Si la gente pudiera ver lo que el microscopio revela en la sidra que se compra, muy pocos consentirían en beberla. Muchas veces los que elaboran sidra para la venta no son escrupulosos en la selección de los fruta que emplean, y exprimen el jugo de fruta agusanada y echada a perder. Los que ni siquiera pensarían en comer fruta dañina o podrida, no reparan en tomar sidra hecha con esta misma fruta y la consideran deliciosa; pero el microscopio revela que aun al salir del lagar, esta bebida al parecer tan agradable es absolutamente impropia para el consumo. Se llega a la embriaguez tan ciertamente con el vino, la cerveza y la sidra, como con bebidas más fuertes. El uso de las bebidas que tienen menos alcohol despierta el deseo de consumir las mas fuertes, y así se contrae el hábito de beber. La moderación en la bebida es la escuela en que se educan los hombres para la carrera de borrachos. Tan insidiosa es la obra de estos estimulantes más leves, que la víctima entra por el camino ancho que lleva a la costumbre de emborracharse antes de que se haya dado cuenta del peligro. Algunos que nunca son tenidos por ebrios están siempre bajo la influencia de las bebidas embriagantes débiles. Se los nota febriles, de genio inestable y desequilibrados. Creyéndose en seguridad, siguen adelante, hasta derribar toda barrera y sacrificar todo principio. Las resoluciones más firmes quedan socavadas; las más altas consideraciones no bastan para sujetar sus apetitos a la razón. En ninguna parte sanciona la Biblia el uso del vino fermentado. El vino que Cristo hizo con agua en las bodas de Caná era zumo puro de uva. Éste es el "mosto" que se halla en el "racimo," del cual dice la Escritura: "No lo desperdicies, que bendición hay en él." (Isaías 65:8.) El Vino que Hizo Cristo Fue Cristo quien advirtió a Israel en el Antiguo Testamento: "El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare, no será sabio." (Proverbios 20:1.) Cristo no suministró semejante bebida. Satanás induce a los hombres a dejarse llevar por hábitos que anublan la razón y entorpecen las percepciones espirituales, pero Cristo nos enseña a dominar la naturaleza inferior. Nunca ofrece él a los hombres lo que podría ser una tentación para ellos. Su vida entera fue un ejemplo de abnegación. Para quebrantar el poder de los apetitos ayunó cuarenta días en el desierto, y en beneficio nuestro soportó la prueba más dura que la humanidad pudiera sufrir. Fue Cristo quien dispuso que Juan el Bautista no bebiese vino ni bebidas fuertes. Fue él quien impuso la misma abstinencia a la esposa de Manoa. Cristo no contradijo su propia enseñanza. El vino sin fermentar que suministró a los convidados de la boda era una bebida sana y refrigerante. Fue el vino del que nuestro Salvador hizo uso con sus discípulos en la primera comunión. Es también el vino que debería figurar siempre en la santa cena como símbolo de la sangre del Salvador. El servicio sacramental está destinado a refrigerar y vivificar el alma. Nada de lo que sirve al mal debe relacionarse con dicho servicio. A la luz de lo que enseñan las Escrituras, la naturaleza y la razón respecto al uso de bebidas embriagantes, ¿cómo pueden los cristianos dedicarse al cultivo del lúpulo para la fabricación de cerveza, o a la elaboración de vino o sidra? Si aman a su prójimo como a sí mismos, ¿cómo pueden contribuir a ofrecerle lo que ha de ser para él un lazo peligroso? Responsabilidad de los Padres Muchas veces la intemperancia empieza en el hogar. Debido al uso de alimentos muy sazonados y malsanos, los órganos de la digestión se debilitan, y se despierta un deseo de consumir alimento aún más estimulante. Así se incita al apetito a exigir de continuo algo más fuerte. El ansia de estimulantes se vuelve cada vez más frecuente y difícil de resistir. El organismo va llenándose de venenos y cuanto más se debilita, mayor es el deseo que siente de estas cosas. Un paso dado en mala dirección prepara el camino a otro paso peor. Muchos que no quisieran hacerse culpables de poner sobre la mesa vino o bebidas embriagantes, no reparan en recargarla con alimentos que despiertan tal sed de bebidas fuertes, que se hace casi imposible resistir a la tentación. Los malos hábitos en el comer y beber quebrantan la salud y preparan el camino para la costumbre de emborracharse. Muy pronto habría poca necesidad de hacer cruzadas antialcohólicas si a la juventud que forma y modela a la sociedad, se le inculcaran buenos principios de temperancia. Emprendan los padres una cruzada antialcohólica en sus propios hogares, mediante los principios que enseñen a sus hijos, para que éstos los sigan desde la infancia; y podrán entonces esperar éxito. Es obra de las madres ayudar a sus hijos a adquirir hábitos correctos y gustos puros. Eduquen el apetito; enseñen a sus hijos a aborrecer los estimulantes. Críen a los hijos de modo que tengan vigor moral para resistir al mal que los rodea. Enséñenles a no dejarse desviar por nadie, a no ceder a ninguna influencia por fuerte que sea, sino a ejercer ellos mismos influencia sobre los demás para el bien. Responsabilidad Personal Se hacen grandes esfuerzos para acabar con la intemperancia; pero muchos de ellos no están bien dirigidos. Los abogados de la reforma en favor de la temperancia deberían estar apercibidos contra los pésimos resultados del consumo de alimentos malsanos, de condimentos, del té y del café. Deseamos buen éxito a todos los que trabajan en la causa de la temperancia; pero los invitamos a que observen más profundamente la causa del mal que combaten, y a que sean ellos mismos consecuentes en la reforma. Debe recordarse de continuo a la gente que el equilibrio de sus facultades mentales y morales depende en gran parte de las buenas condiciones de su organismo físico. Todos los narcóticos y estimulantes artificiales que debilitan y degradan la naturaleza física tienden también a deprimir la inteligencia y la moralidad. La intemperancia es la raíz de la depravación moral del mundo. Al satisfacer sus apetitos pervertidos, el hombre pierde la facultad de resistir a la tentación. Los que trabajan en favor de la temperancia tienen que educar al pueblo en este sentido. Enséñenle que la salud, el carácter y aun la vida, corren peligro por el uso de estimulantes que excitan las energías exhaustas para que actúen en forma antinatural y espasmódica, En cuanto al té, al café, al tabaco y a las bebidas alcohólicas, la única conducta exenta de peligro consiste en no tocarlos, ni probarlos, ni tener nada que ver con ellos. El efecto del té, del café y de las bebidas semejantes es comparable al del alcohol y del tabaco, y en algunos casos el hábito de consumirlos es tan difícil de vencer como lo es para el borracho renunciar a las bebidas alcohólicas. Los que intenten romper con estos estimulantes los echarán de menos por algún tiempo, y sufrirán por falta de ellos; pero si perseveran, llegarán a vencer su ardiente deseo, y dejarán de echarlos de menos. La naturaleza necesita algún tiempo para reponerse del abuso a que se la ha sometido; pero désele una oportunidad, y volverá a rehacerse y a desempeñar su tarea noblemente y con toda perfección. El Comercio de las Bebidas Alcohólicas ¡Ay de aquel que da la bebida a su prójimo, y lo hace emborracharse." "¡Ay del que edifica su casa y no en justicia, y sus salas y no en juicio! . . Que dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y airosas salas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. ¿Reinarás porque te cercas de cedro? . . Mas tus ojos y tu corazón no son sino a tu avaricia, y a derramar la sangre inocente, y a opresión, y a hacer agravio." (Jeremías 22:13-17.) La Obra del que Vende Bebidas Alcohólicas Este pasaje describe la obra de los que fabrican y venden bebidas embriagantes. Su negocio viene a ser un robo. Por el dinero que perciben, no devuelven equivalente alguno. Cada moneda que añaden a sus ganancias ha dejado una maldición al que la gastó. Con mano generosa Dios derrama sus bendiciones sobre los hombres. Si sus dones fueran empleados con prudencia, ¡cuán poca pobreza y miseria conocería el mundo! La iniquidad humana trueca las bendiciones divinas en otras tantas maldiciones. El lucro y la perversión del apetito convierten los cereales, y las frutas dadas para nuestro alimento, en venenos que acarrean miseria y ruina. Cada año se consumen millones y millones de litros de bebidas embriagantes. Millones y millones de pesos se gastan en comprar miseria, pobreza, enfermedad, degradación, pasiones, crimen y muerte. Por amor al lucro el tabernero expende a sus víctimas lo que corrompe y destruye la mente y el cuerpo. Él es quien perpetúa en casa del beodo la pobreza y la desdicha. Muerta su víctima, no concluyen por eso las exacciones del vendedor. Roba a la viuda, y reduce a los huérfanos a la mendicidad. No vacila en quitar a la familia desamparada las cosas más necesarias para la vida, para cobrar la cuenta de bebidas del marido y padre. El clamor de los niños que padecen, las lágrimas de la madre agonizante, le exasperan. ¿Qué le importa que estos pobres mueran de hambre, o que se hundan en la degradación y la ruina? Él se enriquece con los míseros recursos de aquellos a quienes arrastra a la perdición. Las casas de prostitución, los antros del vicio, los tribunales donde juzgan a los criminales, las cárceles, los asilos, los manicomios, los hospitales, todos están repletos debido, en gran parte, al resultado de la obra del tabernero. A semejanza de la mística Babilonia del Apocalipsis, el tabernero trafica con esclavos y almas humanas. Tras él está el poderoso destructor de almas, que emplea todas las artes de la tierra y del infierno para subyugar a los seres humanos. Arma sus trampas en la ciudad y en el campo, en los trenes, en los transatlánticos, en los centros de negocio, en los lugares de diversión, en los dispensarios, y aun en la iglesia, en la santa mesa de la comunión. Nada deja sin hacer para despertar y avivar el deseo de bebidas embriagantes. En casi cada esquina vese la taberna con sus brillantes luces, su cordial y alegre acogida, que invitan al obrero, al rico ocioso, y al incauto joven. En salones particulares y en puntos concurridos por la sociedad elegante, se sirve a las señoras bebidas de moda, con nombres agradables, pero que son realmente intoxicantes. Para los enfermos y los exhaustos, hay licores amargos, que reciben mucha publicidad y que consisten mayormente en alcohol. Para despertar la sed de bebidas en los chiquillos, se introduce alcohol en los confites. Estos dulces se venden en las tiendas. Y mediante el regalo de estos bombones el tabernero halaga a los niños y los atrae a su negocio. Día tras día, mes tras mes, año tras año, la perniciosa obra sigue adelante. Padres, maridos y hermanos, apoyo, esperanza y orgullo de la nación, entran constantemente en los antros del tabernero, para salir de ellos totalmente arruinados. Pero lo más terrible es que el azote penetra hasta el corazón del hogar. Las mujeres mismas contraen más y más el hábito de la bebida. En muchas casas los niños, aún en su inocente y desamparada infancia, se encuentran en peligro diario por el descuido, el mal trato y la infamia de madres borrachas. Hijos e hijas se crían a la sombra de tan terrible mal. ¿Qué perspectiva les queda para el porvenir salvo hundirse aún más que sus padres? De los países denominados cristianos el azote pasa a comarcas paganas. A los pobres e ignorantes salvajes se les enseña a consumir bebidas alcohólicas. Aun entre los paganos, hay hombres inteligentes que reconocen el peligro mortal de la bebida, y protestan contra él; pero en vano intentaron proteger a sus países del estrago del alcohol. Las naciones civilizadas imponen a las naciones paganas el tabaco, el alcohol y el opio. Las pasiones desenfrenadas del salvaje, estimuladas por la bebida, le arrastran a una degradación anteriormente desconocida, y hacen casi imposible e inútil el mandar misioneros a aquellos países. La Responsabilidad de la Iglesia Mediante el trato con pueblos que debieran haberles dado el conocimiento de Dios, los paganos contraen vicios que van exterminando tribus y razas enteras. Y por ésto en las regiones tenebrosas de la tierra se odia a los hombres de los países civilizados. Los traficantes de bebidas constituyen una potencia mundial. Tienen de su parte la fuerza combinada del dinero, de los hábitos y de los apetitos. Su poder se deja sentir aun en la iglesia. Hay hombres que deben su fortuna directa o indirectamente al tráfico de las bebidas, son miembros de la iglesia, y reconocidos como tales. Muchos de ellos hacen donativos liberales para obras de beneficencia. Sus contribuciones ayudan a sostener las instituciones de la iglesia y a sus ministros. Se aquistan el respeto que se suele conceder a los ricos. Las iglesias que aceptan a semejantes hombres como miembros sostienen en realidad el tráfico de las bebidas alcohólicas. Con demasiada frecuencia el pastor no tiene valor para defender la verdad. No declara a su congregación lo que Dios dijo respecto a la obra del expendedor de bebidas. Decir la verdad con franqueza sería ofender a su congregación, comprometer su popularidad y perder su sueldo. Pero superior al tribunal de la iglesia es el tribunal de Dios. Aquel que dijo al primer asesino: "La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra" (Génesis 4:10), no aceptará para su altar las ofrendas del traficante en bebidas. Su enojo se enciende contra los que intentan cubrir su culpa con el manto de la liberalidad. Su dinero está manchado de sangre. La maldición recae sobre él. "¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? . . ¿Quién demandó ésto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios? No me traigáis más vano presente . . Cuando extendierais vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos: asimismo cuando multiplicarais la oración, yo no oiré: llenas están de sangre vuestras manos." (Isaías 1:11-15.) El borracho es capaz de mejores cosas. Fue dotado de talentos con que honrar a Dios y beneficiar al mundo; pero sus semejantes armaron lazo para su alma, y medran a costa de la degradación de su víctima. Vivieron en el lujo, mientras que las pobres víctimas a quienes despojaron fueron sumidas en la pobreza y la miseria. Pero Dios llamará a cuenta a quien ayudó al borracho a precipitarse en la ruina. Aquel que gobierna en los cielos no ha perdido de vista la primera causa o el último efecto de la embriaguez. Aquel que cuida del gorrión y que viste la hierba del campo, no pasará por alto a los que fueron formados a su propia imagen y comprados con su propia sangre, ni será sordo a sus clamores. Dios nota toda esta perversidad que perpetúa el crimen y la miseria. El mundo y la iglesia podrán dar su aprobación al hombre que amontona riquezas degradando al alma humana. Podrán sonreir a quien conduce a los hombres paso a paso por la senda de la vergüenza y la degradación. Pero Dios lo anota todo, y emite un juicio justo. El tabernero podrá ser considerado por el mundo como buen comerciante; pero el Señor dice: "¡Ay de él!" Será culpado de la desesperación, de la miseria, y de los padecimientos traídos al mundo por el tráfico del alcohol. Tendrá que dar cuenta de las necesidades y las desdichas de las madres y los hijos que hayan padecido por falta de alimento, de ropa y de abrigo, y hayan perdido toda esperanza y alegría. Tendrá que dar cuenta de las almas que haya enviado desapercibidas a la eternidad. Los que sostienen al tabernero en su obra comparten su culpa. A los tales Dios dice: "Llenas están de sangre vuestras manos." Leyes Sobre Patentes Muchos abogan porque se cobren patentes a los traficantes en alcoholes pensando que así se pondrá coto al mal de la bebida. Pero conceder patente a dicho tráfico, equivale a ponerlo bajo la protección de las leyes. El gobierno sanciona entonces su existencia, y fomenta el mal que pretende restringir. Al amparo de las leyes de patentes, las cervecerías, las destilerías y los establecimientos productores de vinos se extienden por todo el país, y el tabernero hace su obra nefanda a nuestras mismas puertas. En muchos casos se le prohibe vender bebidas alcohólicas al que ya está ebrio o se conoce como borracho habitual; pero la obra de convertir en borrachos a los jóvenes sigue adelante. La existencia de este negocio depende de la sed de alcohol que se fomente en la juventud. Al joven se le va pervirtiendo poco a poco hasta que el hábito de la bebida queda arraigado, y se le despierta la sed que, cueste lo que cueste, ha de satisfacer. Menos daño se haría suministrando bebida al borracho habitual, cuya ruina, en la mayoría de los casos, es ya irremediable, que en permitir que la flor de nuestra juventud se pierda por medio de tan terrible hábito. Al conceder patente al tráfico de alcoholes, se expone a constante tentación a los que intentan reformarse. Se han fundado instituciones para ayudar a las víctimas de la intemperancia a dominar sus apetitos. Tarea noble es ésta; Pero mientras la venta de bebidas siga sancionada por la ley, los beodos sacarán poco provecho de los asilos fundados para ellos. No pueden permanecer siempre allí. Deben volver a ocupar su lugar en la sociedad. La sed de bebidas alcohólicas, si bien refrenada, no quedó anulada, y cuando la tentación los asalta, como puede hacerlo a cada paso, aquéllos vuelven demasiado a menudo a caer en ella. El dueño de un animal peligroso, que, a sabiendas, lo deja suelto, responde ante la ley por el mal que cause el animal. En las leyes dadas a Israel, el Señor dispuso que cuando una bestia peligrosa causara la muerte de un ser humano, el dueño de aquélla debía expiar con su propia vida su descuido o su perversidad. De acuerdo con este mismo principio, el gobierno que concede patentes al vendedor de bebidas debiera responder de las consecuencias del tráfico. Y si es un crimen digno de muerte dejar suelto un animal peligroso, ¿cuánto mayor no será el crimen que consiste en sancionar la obra del vendedor de bebidas? Concédense patentes en atención a la renta que producen para el tesoro público. Pero, ¿qué es esta renta comparada con los enormes gastos que ocasionan los criminales, los locos, el pauperismo, frutos todos del comercio del alcohol? Estando bajo la influencia de la bebida, un hombre comete un crimen; se le procesa, y quienes legalizaron el tráfico de las bebidas se ven obligados a encarar las consecuencias de su propia obra. Autorizaron la venta de bebidas que privan al hombre de la razón, y ahora tienen que mandar a este hombre a la cárcel o a la horca, dejando a menudo sin recursos a una viuda y sus hijos, quienes quedarán a cargo de la comunidad en que vivan. Si se considera tan sólo el aspecto financiero del asunto, ¡cuán insensato es tolerar semejante negocio! Pero, ¿qué rentas pueden compensar la pérdida de la razón, el envilecimiento y la deformación de la imagen de Dios en el hombre, así como la ruina de los niños que, reducidos al pauperismo y a la degradación, perpetuarán en sus propios hijos las malas inclinaciones de sus padres beodos? La Prohibición El hombre que contrajo el hábito de la bebida se encuentra en una situación desesperada. Su cerebro está enfermo y su voluntad debilitada. En lo que toca a su propia fuerza, sus apetitos son ingobernables. No se puede razonar con él ni persuadirle a que se niegue a sí mismo. El que ha sido arrastrado a los antros del vicio, por mucho que haya resuelto no beber más, se ve inducido a llevar de nuevo la copa a sus labios; y apenas pruebe la bebida, sus más firmes resoluciones quedarán vencidas, y aniquilado todo vestigio de voluntad. Al volver a probar la enloquecedora bebida, se le desvanece todo pensamiento relativo a los resultados. Se olvida de la esposa transida de dolor. Al padre pervertido ya no le importa que sus hijos sufran hambre y desnudez, Al legalizar el tráfico de las bebidas alcohólicas, la ley sanciona la ruina del alma, y se niega a contener el desarrollo de un comercio que llena al mundo de males. ¿Debe ésto continuar así? ¿Seguirán las almas luchando por la victoria, teniendo ante ellas, y abiertas de par en par, las puertas de la tentación? ¿Continuará la plaga de la intemperancia siendo baldón del mundo civilizado? ¿Seguirá arrasando, año tras año, como fuego consumidor, millares de hogares felices? Cuando un buque zozobra a la vista de la ribera, los espectadores no permanecen indiferentes. Hay quienes arriesgan la vida para ir en auxilio de hombres y mujeres a punto de hundirse en el abismo. ¿Cuánto más esfuerzo no debe hacerse para salvarlos de la suerte del borracho? El borracho y su familia no son los únicos que corren peligro por culpa del que expende bebidas, ni es tampoco el recargo de impuestos el mayor mal que acarrea su tráfico. Estamos todos entretejidos en la trama de la humanidad. El mal que sobreviene a cualquier parte de la gran confraternidad humana entraña peligros para todos. Más de uno, que seducido por amor al lucro o a la comodidad no quiso preocuparse para que se restringiese el tráfico de bebidas, advirtió después demasiado tarde que este tráfico le afectaba. Vio a sus propios hijos embrutecidos y arruinados. La anarquía prevalece. La propiedad peligra. La vida no está segura. Multiplícanse las desgracias en tierra y mar. Las enfermedades que se engendran en la guaridas de la suciedad y la miseria penetran en las casas ricas y lujosas. Los vicios fomentados por los que viven en el desorden y el crimen infectan a los hijos de las clases de refinada cultura. No existe persona cuyos intereses no peligren por causa del comercio de las bebidas alcohólicas. No hay nadie que por su propia seguridad no debiera resolverse a aniquilar este tráfico. Sobre todas las organizaciones dedicadas a intereses únicamente terrenales, las cámaras legislativas y los tribunales debieran verse libres del azote de la intemperancia. Los gobernadores, senadores, diputados y jueces, es decir los hombres que promulgan las leyes de una nación y velan por su observancia, los que tienen en sus manos la vida, la reputación y los bienes de sus semejantes, deberían ser hombres de estricta temperancia. Sólo así podrán tener claridad de espíritu para discernir entre lo bueno y lo malo. Sólo así podrán tener principios firmes y sabiduría para administrar justicia y para ser clementes. Pero, ¿qué nos dice la historia? ¡Cuántos de estos hombres tienen la inteligencia anublada, y confuso el sentido de lo justo y de lo injusto, por efecto de las bebidas alcohólicas! ¡Cuántas leyes opresivas se han decretado, cuántos inocentes han sido condenados a muerte por la injusticia de legisladores, testigos, jurados, abogados y aun jueces amigos de la bebida! Muchos son los "valientes para beber vino," y los "hombres fuertes para mezclar bebida," "que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo," "que dan por justo al impío por cohechos, y al justo quitan su justicia." De los tales dice Dios: "¡Ay de los que . .Como la lengua del fuego consume las aristas,y la llama devora la paja, así será su raíz como pudrimiento, y su flor se desvanecerá como polvo: porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos,y abominaron la palabra del Santo de Israel." (Isaías 5:22-24.) La honra de Dios, la estabilidad de la nación, el bienestar de la sociedad, del hogar y del individuo, exigen cuanto esfuerzo sea posible para despertar al pueblo y hacerle ver los males de la intemperancia. Pronto percibiremos el resultado de este terrible azote mejor de lo que lo notamos ahora. ¿Quién se esforzará resueltamente por detener la obra de destrucción? Apenas si ha comenzado la lucha. Alístese un ejército que acabe con la venta de los licores ponzoñosos, que enloquecen a los hombres. Póngase de manifiesto el peligro del tráfico de bebidas, y créese una opinión pública que exija su prohibición. Otórguese a los que han perdido la razón por la bebida una oportunidad para escapar a la esclavitud. Exija la voz de la nación a sus legisladores que supriman tan infame tráfico. "Si dejares de librar los que son tomados para la muerte, y los que son llevados al degolladero; si dijeres: Ciertamente no lo supimos; ¿no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá." (Proverbios 24:11, 12.) Y "¿qué dirás cuando te visitará?" (Jeremías 13:21.) |
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